Todo escritor ha tenido alguna vez esa sensación incómoda: hay algo que no cuaja en la historia, pero no logra identificar qué es. En esta tercera entrega de mi serie sobre los errores comunes al escribir una novela, llegamos al corazón del problema.
En la primera entrega abordé los errores al escribir que debilitan, pero no destruyen la novela; luego, en la segunda parte de la serie revisamos aquellas fallas que pueden causar serios problemas a la historia
Te presento en este artículo tres faltas que pueden ser letales para tu historia si no se detectan a tiempo. Te invito a seguir leyendo para que descubras cuáles son y cómo corregirlas.
Los tres errores que pueden causar graves daños a tu novela
Antes de continuar con la lectura, recuerda algo importante: no tienes porqué saberlo todo y equivocarse es una forma maravillosa de crecer. También yo he cometido al escribir varios de las fallas que abordo en esta serie de artículos, y si hoy te hablo sobre esto es porque sé que es posible corregirlos. No pasa nada.
He ordenado esta última tanda de errores al escribir una novela yendo desde lo más técnico hasta lo emocional, porque así suele vivirse el proceso narrativo: solemos ir desde los hilos de la historia hasta nuestras sombras, esas que a veces ni siquiera sabíamos que estaban ahí.
Hablaremos aquí de tres deficiencias que pueden acabar con cualquier texto narrativo: tramas sin tensión, finales débiles y el temido síndrome del impostor. Vamos paso a paso.
1. Tramas sin tensión: cuando el conflicto brilla por su ausencia
Una novela sin conflicto es un texto plano, repetitivo, descartable y, definitivamente, olvidable. El conflicto es justamente aquello que arrastra a los personajes fuera de su zona de confort. Si no hay conflicto, la historia se estanca.
Para entenderlo mejor, hablemos un poco acerca del pacto de lectura.
Cada vez que te sumerges en una historia, estableces un pacto con ese texto. En primer lugar, aceptas que todo cuanto allí suceda forma parte de ese universo narrativo: no cuestionas la veracidad de los hechos. Solo te dispones a adentrarte en los acontecimientos y a dejarte sorprender.
Por otra parte, la obra te hace una promesa, tienes una idea de qué va. Esto puede decírtelo el título, el diseño, el texto de la contratapa, el cintillo que a veces coloca la editorial, la entrevista que dio el autor, Google, qué se yo… Sabes que es una novela gótica, romántica, histórica, testimonial, de ciencia ficción…
Imagina ahora que, con esa expectativa inicial te sumerges en la lectura y esperas que algo suceda. No cualquier cosa, sino ese algo capaz de alterar el estado inicial, de exponer una grieta y obligar a los personajes a reaccionar. Pero nada pasa. He allí uno de los errores que arruinan una novela.
Percibes que no hay fricción, que la narración no tiene urgencia ni dirección. La novela se ha convertido en una superficie lisa, sin bordes de dónde agarrarse. Te sientes frustrada en tus expectativas como lectora. El pacto se ha roto.
El conflicto es el factor que introduce tensiones, activa decisiones y revela el carácter más íntimo de quienes habitan el relato. No es solo un recurso técnico: es una estructura de sentido.
Leemos porque queremos saber “cómo termina”, pero también porque en cada obstáculo, en cada choque entre voluntades, accedemos a lo humano.
Corregir errores aprendiendo de los maestros: dos ejemplos
Hace poco volví a leer Cumbres Borrascosas de Emily Brontë. Pudiera pensarse que el conflicto que impulsa toda la trama es el amor imposible entre Heathcliff y Catherine, pero esto no es del todo cierto. En esa obra están presentes fuertes tensiones de clase, el resentimiento y la venganza como respuesta a una herida fundacional.
Este entramado de fuerzas opuestas construye el universo ético y emocional que nos confronta como lectores. La novela cobra fuerza por los hechos que narra, claro, pero también por la presencia de una fuerza destructiva, por el desborde emocional. Y porque nos pone en las narices justo aquello que preferiríamos evitar.
El segundo ejemplo es uno de mis libros favoritos, Crónica de una muerte anunciada de García Márquez. Ahí el conflicto está planteado desde el inicio: sabemos que van a matar a Santiago Nasar, y sin embargo seguimos leyendo con fascinación.
¿Por qué lo hacemos? Porque el conflicto radica en la complicidad pasiva de todo un pueblo: todos saben lo que va a pasar y nadie hace nada por impedirlo.
¿Cómo evitar escribir una historia sin tensión?
No confundas tensión narrativa con explosiones o persecuciones. Lo que verdaderamente atrapa al lector es el conflicto emocional, existencial o simbólico que atraviesa a los personajes. ¿Quieres asegurarte de que tu historia no sea plana y evitar estos errores en tu obra? Estas tres claves pueden marcar la diferencia:
a) Plantea un conflicto potente y persistente
El conflicto constituye la estructura profunda de tu historia. Por eso, debe responder a una tensión entre deseos incompatibles, ya sean individuales, sociales o simbólicos.
Para asegurarte de que el conflicto sea lo suficientemente efectivo, puedes formularte una pregunta que atraviese el relato pero que no pueda responderse a lo largo de este.
Por ejemplo: ¿Puede esta mujer encontrar libertad en un entorno que la ha moldeado para la sumisión? ¿Será capaz de rebelarse? ¿Se atreverá a amarlo? ¿Podrá decir la verdad? ¿Optará por salvarse a sí misma? Si esa pregunta que te haces genera fricción constante, felicitaciones. Si no, es posible que tu historia se desinfle.
b) Dale a tu personaje algo que perder
Si el personaje no tiene nada que perder, al lector no le importa lo que le pase. Recuerda esto: la tensión nace de la amenaza, del riesgo real. Cuando no es así, la novela se suma a la montaña de obras aniquiladas por uno de esos errores letales de los que te hablo aquí.
El lector debe poder intuir qué cosa está en juego: un vínculo, una fortuna, una reputación, una vida. Y para que eso funcione, el personaje tiene que importarle.
Entonces, la primera tarea es que el lector se encariñe, se identifique o se preocupe por tu protagonista. Luego, pones a ese personaje bajo presión, ¡sin miedo de hacerlo sufrir! El lector debe sentir que eso que está en juego es importante. Si no hay riesgo, no hay tensión.
c) No todo es acción: cultiva la atmósfera
La tensión puede estar en una conversación incómoda, un silencio que se alarga, una decisión postergada. En la buena literatura siempre hay silencios significativos, y estos aportan un particular ritmo a la historia.
Haz que cada escena construya una sensación de que algo está por pasar, aunque no sepas qué. De esta forma, el lector se mantendrá expectante, en un estado de alerta emocional. La tensión también vive en lo que no se dice, pero que se intuye.
Como te habrás podido dar cuenta, para evitar los errores letales que pueden aniquilar una novela debe haber fricción, interrogantes, inestabilidad.
2. Finales débiles: cuando la historia se apaga en lugar de explotar
Un final débil puede arruinar incluso una novela sólida, porque es, justamente, lo último que el lector recuerda de la historia. El final es algo que resignifica todo lo anterior. Y en este punto, hay que hacer una aclaratoria importante.
En algunas historias, el final no es solo un desenlace, sino el punto donde se descarga toda la tensión acumulada.
Pero también es cierto que un final puede ser perfecto precisamente porque no constituye un cierre definitivo: puede dejar un vacío, una pregunta, una huella que sigue vibrando después de la lectura. En estos casos, no decepciona al lector, sino que desplaza la resolución hacia él y lo convierte en cómplice.
El final de tu historia debe tener intención. Debe surgir como una consecuencia orgánica de la trayectoria de la narración. Y mejor aún si deja algo resonando más allá de la última página.
¿Cómo construir un final sólido y coherente?
El final no se escribe al final: se construye desde el principio. Toda novela necesita una promesa narrativa, es decir, una tensión que se irá resolviendo, y un clímax que le dé sentido al viaje del protagonista.
Revisa la estructura de tu obra de cara a tu planificación previa: ¿la transformación del personaje es creíble? ¿Las preguntas planteadas al inicio tienen eco al cierre? ¿Hay coherencia entre el tono final y el cuerpo de la obra?
Recuerda: para evitar uno de esos errores letales de los que venimos hablando, el final no debe ser espectacular, sino inevitable.
3. Miedo a no ser lo suficientemente buena: la sombra del impostor
Aquí está el enemigo silencioso de muchas escritoras: esa impresión constante de que no somos lo bastante talentosas, de que nuestras ideas no valen la pena o de que, si nos exponemos, quedaremos en evidencia como “fraudes”.
Hay quienes piensan que el síndrome del impostor es una simple inseguridad pasajera, pero el asunto es bastante más complejo. Se trata de una distorsión cognitiva profundamente arraigada que puede paralizar incluso a las escritoras más talentosas.
¿Has escuchado una voz interior que desacredita cada logro tuyo, atribuyéndolo a la suerte, al azar o al error de los demás al valorarlo? Es el síndrome del impostor tratando de distorsionar tu autopercepción.
Y en esos casos, aunque el exterior reconozca tus méritos, puedes llegar a sentir que engañas, que está a punto de ser “descubierta” como una impostora.
Para una autora en formación, la ausencia de una validación inmediata de sus escritos puede traducirse en bloqueo creativo o en una suerte de perfeccionismo destructivo. Incluso, puede llevar a la incapacidad de concluir un proyecto.
¿Cómo enfrentar el síndrome del impostor?
- Ponle nombre a lo que te ocurre, sin minimizarlo. El primer paso es reconocer cuándo estás cayendo en pensamientos que sabotean tu proceso. Frases como “esto no vale la pena” o “cualquiera podría haberlo escrito” son señales claras. Escríbelas, obsérvalas. Darles un nombre es el primer paso para restarles poder.
- Crea una rutina de escritura que se ajuste a ti, no a las expectativas ajenas. No importa si escribes 15 minutos al día o si grabas audios para organizar ideas: lo importante es sostener un ritmo propio, que te mantenga en movimiento. El síndrome del impostor se alimenta de la inacción; en cambio, la constancia lo debilita.
- Busca la compañía de otras mujeres que también escriben. Compartir el proceso con personas que comprenden las dudas, los bloqueos y los miedos puede ser profundamente sanador. Escuchar “a mí también me pasa” ayuda a aliviar la carga y a recuperar el ánimo para seguir escribiendo.
No te centres en los errores, tu novela merece ser leída
Escribir una novela no es solo un acto de imaginación, sino de estructura, decisión y coraje. Tal vez cometas errores —todos lo hacemos—, pero reconocerlos es ya una forma de avanzar. No dejes que la falta de tensión, un final débil o el miedo a no ser suficiente te detengan. Tienes una historia que merece ser contada.
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